Todos somos ellas
Un projecto fotográfico de Paul Owen
Ya desde 1938 Virginia Woolf afirmaba que asumir un "nosotros" entre mujeres y hombres es un salto peligroso, en especial cuando se habla de guerra y violencia. Sesenta años después, la lucha feminista –al menos aquella emprendida por el feminismo de la diferencia- parece reforzar el argumento de Woolf: a situaciones y realidades distintas deben corresponder normas distintas, e incluso, palabras distintas. El feminicidio, siguiendo esta lógica, no es cualquier asesinato, no es un simple homicidio, es un crimen cuya violencia se dirige exclusivamente a la mujer, simplemente por el hecho de serlo. El feminicidio es un extremo, es la culminación de una larga cadena de violencia de género que, en gran parte, ha sido invisibilizada o normalizada por el resto de la sociedad. Entonces, ¿cómo es que Paul Owen afirma que ¨Todos somos ellas¨?
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Las fotografías de Paul Owen responden a Virginia Woolf casi un siglo después; afirman que es posible pensar un nosotros sin que eso implique asimilación u homogeneización. Son fotografías de mujeres desde un ojo que, aunque masculino, resulta en una mirada sensible, que las reconoce en su diferencia, sin que ello implique una reacción violenta o falta de reconocimiento. Son un símbolo de una posible alianza, de una complicidad distinta que va más allá de la diferencia sexual, una mirada que, sin dejar de reconocer los efectos de esta diferencia, humaniza. En este sentido, es una invitación a ser más que testigos silenciosos. Owen nos invita a convertirnos en espectadores activos, a reconocernos todas y todos como vulnerables.
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En las fotografías de Paul Owen, desde mi punto de vista, hay una multiplicidad de mensajes, muchos lenguajes, muchas voces. Está la voz de la denuncia, que acusa a la sociedad de taparse los ojos, de ser ciegos ante la violencia y la brutalidad del feminicidio. Está también el grito de cada mujer en cada fotografía, posicionada en el centro del marco, abandonando su condición periférica o marginal y apelando a un lugar, ineludible, imposible de ignorar. Posicionar a la mujer en el centro del retrato permite aludir a su centralidad en torno al tema del feminicidio y la particularidad de estos actos de violencia; al final, las victimas son mujeres, y sólo mujeres. Por otro lado, ser centro es también metáfora de empoderamiento, de dejar de ser únicamente victimas silenciosas y pasivas para convertirse en denunciantes activas. Se escucha también el llanto de dolor, simbolizado en esa reacción casi instintiva e infantil de cubrir los ojos al ser expuestos a algo que impresiona, que duele en los ojos, que duele en el corazón. Es esa certeza infantil de pensar que si dejamos de ver lo que nos asusta entonces desaparecerá.
Las fotografías son una denuncia de violencia sin violencia, son una exigencia de reconocimiento sin pliegos petitorios y demandas judiciales, son un testimonio de dolor que trasciende las lagrimas, son una invitación a sentir, a compartir, a ser todos en todas y todas en todos.
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La fotografía, como la poesía, es esa posibilidad de expresión de lo que es difícil o imposible de articular desde la prosa; es uno de esos espacios sensibles que, como diría Žižek, permite contra argumentar la afirmación de Adorno acerca de la imposibilidad de la poesía después de Auschwitz. Ante el trauma, la poesía es lo único que queda; ante el silencio la música, ante la parálisis la danza, ante la brutalidad y la violencia realista, la fotografía, la literatura, la ficción y los sueños.
Isabel Gil Everaert
New York University
2013
@chinagil